20 de setembre del 2012

Fets impressionants

Hola a tots,

Avui tornaven a parlar dels nens robats, una noticia de gran impacte social i que juntament amb la sèrie que ahir van emetre a Antena 3, provoca un gran sentit d'impotència vers el grup de professionals i la mateixa monja que portaven a la pràctica el robatori de nadons. Aquesta injustícia dels drets de les mares i fills i lucrar-se en aquestes adopcions il·legals que realitzava et porta a pensar en el gran patiment dels progenitors.
Però el més increïble és el període en què es va portar a terme aprox.1982, en plena democràcia i sembla impossible que aquesta monja portes a terme aquestes accions sense veure's afectada fins després de 30 anys a causa de l'inici de les primeres denúncies per robatori de nadons.

Adjunto la noticia del diari el País:

La monja que repartía bebés

Madres que la han denunciado y padres que lo son gracias a ella retratan a sor María Gómez Valbuena: “Era fría, calculadora. Una mujer con dos caras”

“Fría”, “calculadora”, “como Jekyll y Hyde”. Así es como recuerdan a sor María Gómez Valbuena, de 87 años, única imputada por un juez por presunto robo de niños, madres que la acusan de quitarle a los suyos. Matrimonios que se convirtieron en padres gracias a ella cuentan que acudieron a verla tras oír hablar de “la monja que daba niños”. Y algunos de esos bebés dados en adopción recuerdan hoy que mantenía el contacto con ellos, incluso les preguntaba por las notas. Este es el retrato de una monja acusada de robar bebés.
“Yo estaba muy asustada y me tranquilizó. Me habló de guarderías. Confié en ella. Fue tejiendo una tela de araña hasta que me atrapó”, recuerda María Luisa Torres, la responsable de que sor María esté imputada. Era 1982, acaba de separarse de su marido y estaba embarazada y sola. Acudió a la monja tras ver un anuncio en una revista en el que prometía ayudas madres en apuros. “Cuando me desperté tras el parto, ella era otra persona diferente. Tenía dos caras. Como Jekyll y Hyde. Cruel, altiva. Se quedó con mi bebé. Me amenazó con quitarme a mi otra hija, por adúltera. Y mientras lo decía, yo veía cómo ella estaba imaginando ese momento”.
La religiosa trabajaba como asistente social en la clínica Santa Cristina y colaboraba en la de San Ramón, dirigida por el doctor Eduardo Vela, otro de los nombres que más se repiten en las denuncias por robo de niños. Estaba muy solicitada. A ella acudían matrimonios de distintas partes de España frustrados por la dificultad de adoptar por los cauces tradicionales —en 1980 la Diputación de Madrid acumulaba más de 6.000 solicitudes— y embarazadas en apuros, como María Luisa, o jóvenes solteras que se habían quedado embarazadas trabajando de sirvientas o a las que sus padres habían echado de casa al conocer la noticia. La religiosa las enviaba a una pensión en Madrid donde siempre había habitaciones reservadas a su nombre, o a un piso en el barrio de Salamanca. Apenas salían, salvo para las revisiones con el doctor Vela. Algunos de los padres que luego adoptaron a esos bebés guardan las facturas que sor María les pasaba por la estancia de las chicas. En 1978 ascendían a 500 pesetas por día. Alejandro Alcalde, que adoptó a la hija de María Luisa, Pilar, pagó casi 100.000 en 1982 por “gastos de parto, anestesia…”. Él recuerda a sor María como “de una terrible frialdad”. Le ofreció cambiar al bebé por otro porque Pilar había nacido enferma.
Muchos matrimonios que querían adoptar llegaban a sor María derivados de la Agencia Española de la Protección de la Adopción, fundada en 1969 por el fiscal del Supremo Gregorio Guijarro, padre adoptivo de gemelas. En 1980, cuando ya se hablaba de un mercado ilegal de bebés, Guijarro declaraba a EL PAÍS: “Hoy por hoy, el sistema más rápido para conseguir un niño en adopción es ganarse la simpatía de las personas relacionadas directamente con el tema: asistentes sociales, monjitas... En cuestión de adoptantes, un buen fichero está en manos de sor María Gómez Valbuena”.

“Hablaba de los niños como si fueran manzanas”, según una víctima
Los padres adoptivos de Camino, nacida en San Ramón en 1979, estuvieron a punto de denunciarla. “Sor María debió de ver que no tenían mucho dinero”, cuenta Camino, “y les dijo que la única posibilidad que tenían de adoptar era llevándole otra mujer embarazada que no fuera a quedarse el bebé”. La monja utilizó el sistema del trueque en al menos otra ocasión. Mari Carmen Rodríguez, madre adoptiva de David, nacido en San Ramón en 1981, también relató a este diario que sor María le dijo que tenían que llevarle “otra embarazada a cambio, y que lo hacía así para que las madres no tuvieran pistas y no dieran la lata buscando”.
Sor María dio largas a los padres adoptivos de Camino. “Les dijo que ya llamaría cuando hubiese otro niño disponible. Mi madre dice que ‘ella hablaba de bebés como si fueran manzanas’. Hasta que la amenazaron con denunciarla, y entonces les citó media hora más tarde en San Ramón. Mi madre compró un pijamita azul porque pensaba que le iba a dar al bebé de la embarazada que ella había llevado, que había sido niño, pero sor María les entregó envuelta en una toalla a una niña, yo. Mi madre siempre ha pensado que me tenían preparada para otros con dinero”.

“Yo confiaba en ella. Tejió una tela de araña hasta
que me atrapó”
Los padres adoptivos de Alfonso, de Alicante, tampoco entraron con buen pie con sor María en 1983. “Fueron a verla porque una amiga del Opus que había adoptado a tres hermanos en San Ramón les dio su nombre. Me han contado que sor María se enfadó mucho cuando les vio. Ya había salido en los medios la noticia del tráfico de niños en aquellas clínicas y estaba nerviosa. Les dijo que era imposible. Pero casi un año después les llamó. ‘Tienen ustedes amigos muy importantes’, les dijo, y les dio al niño, yo”. La entrega se produjo horas después del parto, de forma ilegal. “Todas las Navidades sor María mandaba una postal y mis padres una cesta con comida. Recuerdo haber hablado con ella por teléfono. Me preguntó si me gustaban mis padres, si iba a misa, qué notas había sacado...”.
A Enriqueta Pelayo oír el nombre de la monja le pone “la piel de gallina”. “Sor María me dijo: ‘La criatura ha muerto. Es un angelito de Dios’. Yo grité que quería verla. Me tiró encima de la cama la ropita que yo había llevado y me dijo: ‘Mejor que se te haya muerto esta y no las otras tres que ya tienes criadas”. Esta semana presentará denuncia. Juan
Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, declaró recientemente: “En esa congregación [las Hijas de la Caridad, a la que pertenece sor María] puede haber y hay pecadores y delincuentes (...) la Iglesia no va a oponer resistencia a que se aclaren, en justicia, las cosas”.


“Me dijo que mi madre era indigente. Era una viuda”

NATALIA JUNQUERA
La última vez que vio a sor María, a María José le dio una crisis de ansiedad. Entonces tenía 22 años y había acudido a visitarla al convento con sus padres adoptivos porque deseaba conocer a su madre biológica y quería preguntar a la religiosa que facilitó su adopción si recordaba algo. “Al principio pensó que estábamos allí para darle las gracias y estaba muy contenta. Pero cuando empecé a hacerle preguntas de mi madre biológica reaccionó muy mal”, relata María José —nacida en 1978 en la clínica Santa Cristina—, 16 años después de aquel encuentro con sor María.
En aquella entrevista, la religiosa se empleó a fondo en convencerla de que ella no se acordaba de nada y que, por tanto, no podía darle ninguna pista para que conociera su madre y que en cualquier caso, mejor que no lo hiciera. “Empezó a meterme miedo contándome unos casos horribles. Me decía que esas madres odiaban a sus hijos. Que una vez le habían llevado un bebé a una para que se decidiera [a quedárselo o no] y que la habían tenido que sujetar porque quería estallarlo contra el suelo. ‘Cada dos por tres tenía aquí a una con otro niño. Ya le di tres de sus hijos a una familia, pero como ya no podían quedarse con más, tuve que entregar otros dos a otra’, decía... Insistía en que había pasado mucho tiempo, y que no recordaba nada de mi madre, pero me dio la sensación de que sabía perfectamente quién era yo”, relata María José.
“Me hablaba de la divina providencia. Decía que Dios me había enviado a aquellos padres [los adoptivos] y que mi madre [biológica] me odiaba. Y entonces me dijo: ‘Si te la encuentras por la calle, te reconocerá. Ayúdala’. Dijo que mi madre biológica era una indigente. ‘Y tu padre, vete a saber’, añadió, insinuando que se acostaba con cualquiera. Al salir, me dio un ataque de ansiedad. No me esperaba aquella falta de ética, de sensibilidad, de humanidad. Pensé que si tantos años después me intentaba manipular a mí de esa manera, qué no haría con las madres en el momento”.
María José siguió buscando. “Cuando al final la localicé, a finales del año pasado, mi madre no tenía nada que ver con lo que sor María me había contado”. No era una indigente, sino una viuda y madre de cinco hijos que quedó embarazada de otro hombre. “Me contó que estaba muy asustada. No quería que se enterase nadie de su entorno y sor María la convenció sin mucho esfuerzo de que lo mejor era darme en adopción porque ella tenía un matrimonio muy bueno que no podía tener hijos y que se iba a encargar de mí. Eso era mentira, porque entonces ella aún no sabía a quién me iban a entregar”.
La madre de María José regresó a casa y actuó como si nada hubiera pasado. “A su familia le había dicho que iba a Madrid a hacerse unas pruebas en el hígado y que iba a estar hospitalizada unos días”, recuerda María José. Ese no es su verdadero nombre. Pide uno ficticio porque su madre biológica aún no ha contado lo ocurrido a nadie. “Mis hermanos aún no saben que existo”.




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